Naves espaciales en los médanos del Alfar.
Corría el verano del ´72… el sol aún estaba alto en el horizonte esa calurosa tarde de Enero en las playas de Camet. Mi piel estaba muy quemada y mis cabellos desteñidos por el sol y el salitre de tantos días de pesca. Caminaba feliz con mi caña al hombro y unas cuantas corvinas en la ganchera, subí la barranca y me fui a lo de mi abuela, que vivía a escasos metros del acantilado, en lo que años más tarde se llamaría La Gaviota… horas después, mi “viejo” me llevaba en su Renault Gordini a casa. Ni bien llego, mi “madre” me entrega una carta, ansioso rompí el sobre y la leí .Era una invitación del Batallón 21 de Exploradores, para participar del campamento de verano, que se realizaba todos los años en algún sitio de la región.
A la siguiente semana ya había dejado por unos días mi caña de fibra de vidrio, que me había comprado mi viejo en Casa Moncada, reemplazándola por un viejo Clarín de Caballería, al cual le dedicaba mis tardes de invierno, y con el que ejercía mi puesto de Trompa de Órdenes en el Batallón.
El entusiasta grupo de 60 exploradores partió rumbo a un bosque de pinos enclavado en una zona de médanos, en el Alfar. Área perteneciente al ministerio de Asuntos Agrarios, emplazado a la vera del Paseo Costanero Sur.
Llegamos a media mañana, el murmullo del mar cercano llegaba hasta nosotros. Los pinos y tamariscos se unían a esa alquímica fragancia de verano. El tremendo bullicio de tan nutrido y jocoso grupo se fue aquietando, hasta que un mítico silencio invadió el lugar. Los pájaros comenzaron a volver al sitio y todas las compañías aceptaron el silencio como un regalo del cielo…pero solo fue un instante, la voz de nuestro jefe y camarada, “Willy Brown”, quien era el mayor en edad, con sus 13 años, nos llamó a la realidad. Atención ¡!! Y los 60 camaradas gritamos Atención ¡!!, los pájaros desaparecieron de nuevo.
El éxito del campamento dependía de la responsabilidad y el empeño puesto por cada grupo en las tareas que nos eran asignadas, no pocas, por cierto. Todo comenzaba al amanecer con el toque de “diana”, de ahí en más, había que preparar el desayuno, acarrear leña y agua, realizar las prácticas de Judo, organizar las guardias, los grupos para ir a la playa, las clases de instrucción de orden cerrado, sanidad, ingeniería y comunicaciones. Y lo más lindo, los squetch y cuentos para el fogón de la noche, donde todas las compañías rivalizaban por presentar el mejor espectáculo.
Pero en todo grupo organizado, hay un grupo rebelde…a los que había que controlar y mantener a la vista…era el “Grupo Apolo”, que solían desaparecer y ocultarse en el bosque, para evitar las tareas del día y la disciplina implacable del jefe. Y era tarea de la patrulla de seguridad, salir a rastrearlos por los caminitos de arena entre los tamariscos y pinares, recorriendo largas extensiones de médanos hasta dar con sus escondites. En aquellos días solo nos comunicábamos con señales de banderas en campo abierto, y con toques de clarín en el monte o en la noche. Como trompa de órdenes, tenía que estar siempre junto al jefe…aunque años después, me uní a los rebeldes…Pues el instructor de Judo, era el jefe de los Apolo, y yo me iba enamorando poco a poco de las practicas de lucha, y los desplazamientos clandestinos.
Y fue en aquel campamento en Alfar, pegado al arroyo, en una de esas noches del estío, que nos permitieron extender el fogón hasta muy tarde. Los cuentos y las canciones se sucedían una tras otra y, una vez más, me tocaba hacer la parodia del circo, donde dos compañeros se disfrazaban con una manta, simulando un caballo amaestrado. Yo le ordenaba hacer unos trucos, y obedientemente el “animal” los ejecutaba, hasta que, previo convencimiento de algún recluta nuevo en el batallón, se lo invitaba a colaborar del espectáculo. Era el acto de acostar al “voluntario” para que el caballo lo saltase. En ese instante, con una botella de agua oculta bajo la manta, el caballo se “orinaba” y el invitado salía despavorido dando final al acto, con un estruendoso aplauso y aullidos del público, que sabía de antemano todo el ritual del espectáculo…Nuestro capellán, el Reverendo Padre Ottonello, quien conocía de memoria todos los repertorios, disimulaba su aburrimiento y se dedicaba a admirar el claro cielo nocturno, buscando estrellas y constelaciones de su conocimiento. Unos instantes después sus fuertes gritos llegaban a nuestros oídos, sorprendiéndonos. Cesaron las risas y los aplausos de las actuaciones y atentos oíamos sus palabras:
— Miren al cielo ¡!! Miren al cielo ¡!!
Cuando lo hicimos, la sorpresa por lo que veíamos, impidió toda reacción, quedamos paralizados por el espectáculo que ofrecía el firmamento en esa inolvidable noche del verano de 1972…Un gran óvalo que desprendía una intensa luminosidad amarilla, en cuyo centro se destacaba claramente una “X” roja, rodeado de cinco óvalos más pequeños. Una nave nodriza y cinco escoltas…
—Ovnis ¡!! Ovnis ¡!! Gritábamos enloquecidos, la espesura del bosque aledaño al claro del campamento, no permitió ver más, y los visitantes desaparecieron en el gigantesco firmamento nocturno…pero juntamente a los objetos voladores, esa noche el “Grupo Apolo”, también desapareció…
…El jefe Brown ordenó el toque de silencio, mi clarín sonó lacónico mientras las luces del fuego se apagaban. Todos a dormir, y la guardia reforzada aquella noche, cuchillos de monte a la cintura y caña de colihue en mano. En las carpas nadie hablaba, tampoco dormían…
—Alto quien vive ¡!!—grito un centinela ya entrada la madrugada.
Eran los miembros del Grupo Apolo. Uno a uno fueron entrando al campamento. El Jefe no hizo preguntas, no hubo castigos por este nuevo acto de indisciplina. Además, traían un relato sobrecogedor. Eduardo, el líder del grupo donde militaba Jara, Caco, Rodríguez y otros, quedó en la carpa comando dando su informe.
— Encontramos marcas en la arena, quemaduras como de petróleo ovaladas, con una cruz enorme en el medio— relató Eduardo.—eran como sellos gigantes, de alquitrán o algo parecido, las vimos con nuestras linternas, cerca de la playa.
La noche estaba ya muy cerrada, y faltaban unas horas para el alba. Se decidió descansar y salir de patrulla ni bien amaneciera. Las horas se hicieron largas, muy largas aquella noche en los médanos del Faro Punta Mogotes.
Con las primeras luces del nuevo día, sin desayunar, con una patrulla comandada por el Jefe, salimos para la playa a comprobar si aún estaban las marcas sobre la arena. Después de varias pasadas por la zona indicada por el “Grupo Apolo”, no encontramos nada, absolutamente nada.
— Seguramente la marea borro las huellas— comento Eduardo.
— O pudo ser el viento—acotó Jara, su lugarteniente.
— O su imaginación prodigiosa, espetó de mal humor el jefe.
Volvimos muy callados todos al campamento.
Para el mediodía, Don Hugo Pereira, el padre de Aníbal, el Explorador más chico del Batallón, nos traía unas viandas con helados. Un regalo de lujo, en aquellos días de guisos, fideos y austeras comidas de nuestro rancho, y como por casualidad comentó:
—Se enteraron?, el radar de la Base Aérea Militar detectó anoche una escuadrilla de OVNIS, lo comentaron esta mañana en radio Mar del Plata…
Quizás, el “Grupo Apolo”, queriendo acrecentar su fama de audaces, inventó la historia del aterrizaje, tal vez fue real y nadie les creyó. Quien lo puede saber. Pero lo cierto, es que, en aquel campamento de verano del Batallón 21 de Exploradores de Don Bosco, vivimos aquella noche una experiencia inolvidable…
Participante concursos: Concurso “Monte Grifo” -España- Julio de 2012.
Premio literario “Juan Lucían”- Bs. As.-Agosto de 2012.